¿Por qué los misóginos son tan buenos informantes?

2010
Contents
DeutschEnglischFranzösisch • Spanisch
History

Original text in English
Why Misogynists Make Great Informants
Courtney Desiree Morris
2010
truthout.org

Spanish translation
Distribuidora Anarquista Polaris
distripolaris.noblogs.org

Introducción del traductor

«Quisiera decir algo, pero quizás sea inútil. Nos han vuelto a engañar, una vez más de manera sutil, como lo suelen hacer. Hemos sido generosas, acogedoras, maternales. Hemos hablado, discutido, cantado, exhibido hasta los más ingenuos de nuestros gritos, sin comedimiento, sin pudor femenino, con la absurda esperanza de hacer comprender a quien no puede comprender, ni quiere comprender, cuánta libertad, cuánta autenticidad, cuánto amor, cuánta vida se nos ha quitado. Todo ha sido inútil, hermanas. Los ojos de ese hombre que circula entre nosotras, con su cara falsamente respetuosa y que dice que quiere informarse, conocernos mejor, porque sólo conociéndonos mejor podrá cambiar su relación con nosotras, de todas sus falsas e hipócritas justificaciones, ésta es la más sucia. Como os iba diciendo, los ojos de este hombre son los ojos del sempiterno macho que lo deforma todo porque todo lo ve en el espejo del ridículo y la burla. El sinvergüenza es siempre el mismo…»

W.I.T.C.H. (Women's International Terrorist Conspiracy from Hell).

El presente texto, titulado originalmente «Why Misogynists Make Great Informants: How Gender Violence on the Left Enables State Violence in Radical Movements?» fue escrito por Courtney Desiree Morris, activista feminista negra que vive en los EE.UU., y publicado en el número de Primavera/Verano de 2010 de la revista feminista Make/Shift. Yo lo he traducido a castellano (hasta donde yo es la primera traducción disponible) también con la intención de intentar dar difusión a una voz feminista y negra sobre este asunto, en lugar de seguir reproduciendo ideas de hombres blancos cargados de privilegios (a pesar de que yo mismo sea un hombre blanco cis que vive en Europa).

Aunque hay aspectos puntuales del texto que no comparto como anarquista, como la referencia constante de la autora a sí misma y a otres activistas como «organizadores», asumiendo que es necesario ese rol dentro de organizaciones (lo que en mi opinión conduce a un funcionamiento vertical de las mismas), el escrito me parece una interesante aportación en lo que respecta al análisis y la crítica de la permisividad mostrada hacia el privilegio masculino cishetero dentro de los movimientos sociales, organizaciones y grupos de la izquierda o del ámbito alternativo radical (si bien con esto también mantengo diferencias, ya que personalmente no apoyo la idea de que el anarquismo sea «un movimiento de izquierdas» ni tampoco asumo la izquierda como identidad política).

En el texto, la autora reflexiona acerca de cómo la violencia de género reproduce patrones que desestabilizan los movimientos y destruyen los vínculos entre les activistas igual que hacen los informantes policiales infiltrados. Sin que este paralelismo pretenda reducirlo todo a una cuestión de misógino = informante, sí es útil para explicar y entender el efecto devastador que las actitudes machistas, transfóbicas, homófobas etc. tienen sobre los movimientos sociales y las luchas, sembrando desconfianza, miedo y opresión donde debería haber relaciones honestas basadas en el apoyo mutuo, la confianza, el cariño y la solidaridad entre iguales que autogestionan su seguridad cuidándose mutuamente y revisando sus actitudes para evitar aquellas que hagan sentir mal o agredides a sus compañeres.

Espero que el texto os parezca tan interesante como a mí.

¡Contra cualquier actitud opresora y autoritaria dentro y fuera de nuestros espacios de lucha!

Advertencia de contenido: Para personas sensibles, advierto de que en algunos puntos, el texto describe situaciones de maltrato, abuso y/o manipulación hacia mujeres y personas de género variante por parte de hombres.

Introducción

Cómo la violencia de género en la izquierda facilita la violencia del estado contra los movimientos radicales.

En enero de 2009, activistas de Austin, Texas, supieron que uno de les suyes, un activista blanco llamado Brandon Darby, era un infiltrado en grupos que protestaban contra la Convención Nacional Republicana (RNC) como un informante del FBI. Darby admitió más adelante haber llevado aparatos de grabación en asambleas de planificación y durante la convención.

Testificó en nombre del gobierno en el juicio de febrero de 2009 contra dos activistas de Texas que fueron arrestados en la RNC con cargos de hacer y poseer cócteles molotov, después de que Darby les animase a hacerlo. Cada uno de estos dos hombres jóvenes, David McKay y Bradley Crowder, enfrentó peticiones de hasta quince años de prisión. Crowder aceptó un acuerdo con el fiscal para cumplir tres años en una prisión federal; bajo presión de los fiscales federales, McKay también se declaró culpable de estar en posesión de «cócteles molotov no registrados» y fue sentenciado a cuatro años de prisión. La información reunida por Darby podría haber contribuído también al caso contra les 8 de la RNC, activistas de todo el país acusades de «conspiración para causar disturbios y conspiración para dañar la propiedad en fomento del terrorismo». Les activistas de Austin fueron particularmente impactades por la revelación de que Darby había servido como un informante porque él había sido parte de varios proyectos izquierdistas y fue un líder de la Common Ground Relief, una organización con base en Nueva Orleans comprometida en cubrir las necesidades a corto plazo de miembros de la comunidad desplazades por desastres naturales en la región de la Costa del Golfo y dedicada a reconstruir la región y asegurar el derecho a regresar de las personas evacuadas por el huracán Katrina.

Yo fui sorprendida por estas noticias, pero no me chocó. Como estudiante de la Universidad de Texas sabía que el departamento de policía del campus colocaba rutinariamente policías de paisano en las reuniones de grupos estudiantiles radicales, ya sabéis, sólo para mantenerles vigilades. Esto fue en otoño de 2001. Vimos la creación del Departamento de Seguridad Nacional, vimos cómo un presidente vaquero libraba la guerra contra el «terrorismo» y, en medio de todo, tratábamos de averiguar qué podíamos hacer para desafiar las transformaciones fascistas del Estado que tenían lugar ante nuestros ojos. En ese momento, sin embargo, parecía una tontería que hubiese policías en nuestras reuniones, no éramos las Panteras Negras o los Boinas Marrones, y ni siquiera éramos algunes de les activistas de acción directa más rabiosos de la lucha contra la globalización en el campus (aunque les admirábamos mucho a todos); Sólo éramos jóvenes que no creían que la guerra fuera la mejor respuesta a los ataques del 11-S. Pero no era tonta; El FBI no descarta el trabajo político. Cualquier organización, ya sea grande o pequeña, puede provocar el escrutinio del Estado. Tal vez tu organización representa una gran amenaza, o tal vez es pequeña ahora, pero un día crecerá y será demasiado grande para detenerla. El Estado suele optar por matar el movimiento antes de que crezca.

Y los informantes y provocadores son los pistoleros contratados por el Estado. Las agencias del gobierno cogen a gente que nadie notará. A menudo es imposible demostrar que sean informantes porque parecen estar completamente dedicades a la justicia social. Establecen relaciones íntimas con activistas, convirtiéndose en sus amigues y amantes, a menudo ocupando roles de liderazgo en organizaciones. Una lectura superficial de la literatura sobre los movimientos y organizaciones sociales en los años ‘60 y ‘70 revela este hecho. En el liderazgo del AIM (Movimiento de Indios Americanos) abundaron los informantes; se sospecha que los informantes fueron también responsables en gran medida de la caída del Partido de los Panteras Negras (PPN), y lo mismo se puede conjeturar sobre el movimiento anti-guerra de los ‘60 y ‘70. No es sorprendente que estos movimientos que fueron derribados por informantes y provocadores fueron también espacios donde las mujeres y les activistas queer a menudo experimentaron una intensa violencia de género, como demuestran las autobiografías de activistas como Assata Shakur, Elaine Brown y Roxanne Dunbar-Ortiz.

Tal vez no se trate de que los informantes sean difíciles de detectar sino más bien de que hemos ignorado colectivamente los signos que les delatan. Para salvar nuestros movimientos, necesitamos llegar a un acuerdo con las conexiones entre la violencia de génnero, el privilegio masculino, y las estrategias que los informantes (y la gente que simplemente actúan como ellos) usan para desestabilizar los movimientos radicales. Una y otra vez, a los hombres heterosexuales en los movimientos radicales se les ha permitido afirmar sus privilegios y subordinar a otres. A pesar de que todo lo que decimos indica lo contrario, el hecho es que los movimientos y organizaciones sociales radicales en los Estados Unidos se han negado a abordar seriamente la violencia de género como una amenaza para la supervivencia de nuestras luchas. Hemos tratado la misoginia, la homofobia y el heterosexismo como males menores – cuestiones secundarias – que eventualmente se resolverán por sí mismos o se desvanecerán en el fondo una vez que los «problemas reales» – el racismo, la policía, la desigualdad de clase, las guerras de agresión de los EE.UU. – sean resueltos. Escoger la ignorancia tiene serias consecuencias. La misoginia y la homofobia son fundamentales para la reproducción de la violencia en las comunidades activistas radicales. Rasca a un misógino y encontrarás un homófobo. Rasca un poquito más y podrías encontrar los ingredientes de un futuro informante (o de alguien que simplemente desestabiliza movimientos como hacen los informantes).

Los ingredientes de un informante: Brandon Darby y la Common Ground

En Democracy Now!, Malik Rahim, ex Pantera Negra y cofundador de Common Ground en Nueva Orleans, habló de lo devastado que estaba por la revelación de que Darby era un informante del FBI. Varias veces afirmó que su corazón se había roto. Especialmente lamentó a todas las «jóvenes damas» que dejaron Common Ground como resultado del estilo dominador y agresivo de organización de Darby. ¿Y cuando esas «jóvenes damas» se quejaron? Bien, sus preocupaciones cayeron probablemente en oídos comprensivos pero que al final no respondieron – todo podía haber sido cierto, y después del hecho todes admiten cuán disruptivo era Darby, rápido para sugerir planes de acción directa violentos y mal concebidos que ponían en peligro a todes les que trabajaban con él. Incluso hubo denuncias contra Darby por agredir sexualmente a las organizadoras en Common Ground y en general por ser despectivo con las mujeres que trabajan en la organización [2]. Darby creó conflicto en todas las organizaciones con las que trabajó, pero la gente dudó en rendirle cuentas por su historia y reputación como organizador y su «dedicación» al «trabajo». La gente continuó defendiéndole hasta que se reveló como informante del FBI. Incluso Rahim, por toda su culpa y angustia, optó por dejar a Darby a cargo de Common Ground, aunque cada vez que había un conflicto en la organización parecía involucrar a Darby.

Tal vez si los organizadores hiciesen de la responsabilidad colectiva alrededor de la violencia de género una parte central de nuestras prácticas, podríamos neutralizar a la gente que está trabajando en nombre del Estado para socavar nuestras luchas. No estoy hablando de cazas de brujas; estoy hablando de organizarnos de tal manera que cortemos a un potencial Brandon Darby en el brote antes de que pueda hacer daño a más gente. Los informantes son difíciles de detectar, pero yo supongo que donde está el humo, está el fuego, y alguien que crea el caos allá donde vaya es o un informante o un irresponsable bomba de relojería que puede ser no intencionadamente tan efectivo como un informante al socavar la organización por la justicia social. En última instancia, ambos hacen el trabajo del Estado y necesitan ser responsabilizados.

Una breve reflexión histórica sobre la violencia de género en los movimientos radicales

Reflexionar sobre los movimientos sociales y las organizaciones radicales de los ‘60 y de los ‘70 proporciona un importante contexto histórico para esta discusión. Las memorias de las mujeres que estuvieron activamente envueltas en estas luchas revelan la predominancia de la tolerancia (y en algunos casos de la defensa) de la violencia de género. Angela Davis, Assata Shakur y Elaine Brown, cada una en momentos diferentes de sus experiencias organizándose con el Partido de los Panteras Negras, citaron el sexismo y la explotación de las mujeres (y de su trabajo organizativo) en el PPN como una de sus razones principales para dejar el grupo (en los casos de Brown y Shakur) o para negarse a unirse formalmente algún día (en el caso de Davis). Aunque a menudo se esperaba que las mujeres hicieran sacrificios personales significativos para apoyar al movimiento, cuando las mujeres se encontraban a sí mismas como víctimas de sus compañeros varones entonces no había apoyo para ellas ni canales para buscar una reparación del daño. Tanto si eran organizadores del PPN ignorando el hecho de que Elridge Cleaver le pegaba a su mujer, la célebre activista Kathleen Cleaver, hombres coaccionando a mujeres para tener sexo, o simplemente hombres tratando a las mujeres organizadores como juguetes sexuales subordinados, el PPN y otras organizaciones similares tendieron a no tomarse en serio los corrosivos efectos de la violencia de género en la lucha por la liberación. En muchos sentidos, la autobiografía de Elaine Brown, «A Taste of Power: A black woman’s story» (Un Sabor de Poder: La historia de una mujer negra), ha ido más lejos al desnudar las feas realidades de la misoginia en el movimiento y las formas variadas en las que hombres y mujeres reprodujeron y reforzaron el privilegio masculino y la violencia de género en esas organizaciones. Su experiencia como la única mujer que lideró el PPN no la eximió de la brutal misoginia de la organización. Recuerda haber sido asaltada por varios compañeros masculinos (incluyendo a Huey Newton) asi como ser golpeada y aterrorizada por Elridge Cleaver, que amenazó con «enterrarla en Algeria» durante una delegación a China. Su biografía demuestra más explícitamente que la de Davis o la de Shakur cómo el posicionamiento masculino del PPN (por extensión, de muchas organizaciones radicales del momento) creó una cultura de la violencia y la misoginia que finalmente demostró ser la ruína de la organización.

Estas narrativas desmitifican el legado de la violencia de género de las mismas organizaciones que muches de nosotres admiramos. Demuestran cómo la misoginia fue normalizada en estos espacios, descartada como «personal» o como no tan importante como las luchas más serias contra el racismo o la desigualdad de clase. La violencia de género ha estado profundamente arraigada históricamente en las prácticas políticas de la izquierda y constituyó una de sus mayores amenazas (aunque mayormente desconocida) a la supervivencia de estas organizaciones. Sin embargo, si prestamos atención al trabajo de Davis, Shakur, Brown, y otres, podemos evitar los fallos del pasado y crear diferentes tipos de comunidad política.

Las políticas raciales de la violencia de género

La raza complica más aún las formas en las que la violencia de género se despliega en nuestras comunidades. En «Looking for Common Ground: Relief Work in Post-Katrina New Orleans as an American Parable of Race and Gender Violence» (Buscando un Terreno Común[1]: El trabajo de socorro en la Nueva Orleans post-Katrina como una parábola americana de la raza y la violencia de género), Rachel Luft explora el perturbador patrón de asalto sexual por parte de voluntarios blancos contra voluntarias blancas que hacían trabajos de reconstrucción en el Upper Ninth Ward en 2006. Ella señala cómo la Common Ground falló en abordar los asaltos sexuales de los hombres blancos hacia sus co-organizadoras y en vez de eso echó la culpa a la comunidad negra circundante, alertando a mujeres blancas activistas de que necesitaban tener cuidado porque Nueva Orleans era un lugar peligroso. Por último, demostró que es más fácil criminalizar a los hombres negros del barrio que reconocer que les organizadores que eran mujeres blancas o personas transgénero tenían más probabilidades de ser asaltadas por los hombres blancos con los que trabajaban. En un caso, un hombre blanco voluntario fue entregado a la policía sólo después de que asaltase sexualmente a al menos tres mujeres en el plazo de una semana. El privilegio que los hombres blancos disfrutaron en la Common Ground, una organización aparentemente comprometida con la justicia racial, significaba que ellos podían ser violentos hacia las mujeres y les activistas queer, incurrir en comportamientos destructivos que socavaron el trabajo de la organización, y saber que el movimiento no les haría responsables del mismo modo que si lo hiciesen los hombres negros en la comunidad donde ellos trabajaban.

Por supuesto, el privilegio masculino no es uniforme, los hombres blancos y los hombres de color son participantes y beneficiarios desiguales del Patriarcado, a pesar de que ambos pueden reproducir y reproducen la violencia de género. Esta disparidad en la distribución de los beneficios del Patriarcado no se pierde en les organizadores mujeres o queer cuando intentamos confrontar a hombres de color que promulgan la violencia de género en nuestras comunidades. A menudo nos preocupamos por la posibilidad de reproducir tipos particulares de violencia racista que apunten desproporcionadamente a hombres de color. Somos comprensiblemente reacies a llamar a la policía, a involucrar al Estado de alguna manera, o a colocar a los hombres de color a merced de un sistema de (in)justicia penal históricamente racista; Sin embargo, nuestras comunidades (políticas y de otra índole) a menudo no se apresuran a exigir justicia en nuestro nombre. No nos sentimos cómodes hablando con terapeutas que sólo reafirman los estereotipos acerca de lo jodidas y excepcionalmente violentas que son nuestras comunidades de origen. La izquierda a menudo ofrecer aun menos apoyo. Nuestra victimización es desafortunada, problemática, pero en última instancia menos importante que «el trabajo» de los hombres de todas las razas que reproducen la violencia de género en nuestras comunidades.

Enfrentando la misoginia en la izquierda: Una reflexión personal

En el primer grupo comunitario en el que yo estuve involucrada activamente, encontré un nivel de misoginia que nunca me habría imaginado que existiese en lo que se suponía que era una organización de gente de color radical. Estuve involucrada sexualmente/románticamente con un activista chicano mayor que yo en el grupo, yo tenía 19 años, una joven activista negra sin experiencia; él tenía 30. Me pidió mantener nuestra relación en secreto, y yo acepté a regañadientes. Más adelante, después de que él terminase con la relación y yo estuviese tambaleándome por la depresión, descubrí que él había estado acostándose con al menos otras dos mujeres mientras estábamos juntes. Una de ellas era una amiga mía, otra mujer joven con la que nos organizábamos. Ignorando la naturaleza de nuestra relación, que él no le había revelado a ella, se acostó con él hasta que desapareció, negándose a contestar a sus llamadas o a explicar el abrupto fin de su relación. Ella y yo, tras compartir nuestras experiencias, empezamos a intercambiar historias con otras mujeres que conocían a este hombre y se habían organizado con él.

Oímos de las mujeres que habían dejado un grupo de estudiantes chicanos y nunca regresaron después de que sus mentiras y secretos explotaran mientras el grupo estaba participando en una acción zapatista en la Ciudad de México. El organizador queer, radical, blanco que dejó Austin para alejarse de su abuso. Otra mujer blanca, una trabajadora social que pensaba que podría casarse con él sólo para venir a su apartamento una noche y encontrarme allí. Y luego estaban les que vinieron detrás de mí. Siempre me preguntaba si sabrían quién era realmente. Las mujeres con las que salía eran mujeres increíbles, hermosas, geniales, radicales, que usaba como escudos para meterse en lugares que sabía que nunca estarían abiertos a semejante misógino. Quiero decir, si esa mujer guapa que trabajaba en Chiapas, hablaba español, y trabajaba con inmigrantes indocumentades estaba saliendo con él, debía de ser de confianza, ¿verdad? Incorrecto.

Pero su misoginia no acababa ahí; también estaba reflejada en su estilo de organización. En las reuniones él siempre era el que hablaba más alto y durante más tiempo, usando jerga académica que hacía cualquier debate más terriblemente complejo de lo necesario. El discurso académico intimidaba a la gente menos formada que él porque él parecía saber más sobre política radical que cualquier otra persona. Hablaría con menosprecio[2] a otres miembros del grupo, especialmente aquelles que él percibía como menos inteligentes que él, que era básicamente todo el mundo. Luego, cambiaría de marcha, se disculparía por dominar el espacio, y reconocería su necesidad de revisar su privilegio masculino. Irónicamente, cuando la gente trataba de llamarle la atención por esa mierda, él fingía ignorancia, ¿a qué podrían referirse diciendo que su comportamiento era machista y sexista? Se quejaba de ser infantilizado, negándose a ver cómo él infantilizaba a la gente todo el tiempo. El hecho de que fuera un hombre de color que pudiera hablar muy bien sobre el racismo y las luchas por la justicia racial enmascaró sus comportamientos abusivos tanto en las organizaciones radicales como en sus relaciones personales. Como una de sus ex-parejas compartió conmigo, «su análisis racial radical permitió a la gente (mayormente a hombres pero ocasionalmente a mujeres también) perdonarle por ser dominante y abusivo en sus relaciones. Womyn tuvo que revisar su crítica de su comportamiento en la puerta, para no perder a un hombre de color en el movimiento». Una de las razones por las que es tan difícil responsabilizar a los hombres de color por reproducir la violencia de género es que las mujeres de color y les activistas blanques continúan invirtiendo en la idea de que los hombres de color lo tienen más difícil que nadie. ¿Cómo puedes hacer responsable a alguien cuando crees que es el objetivo número uno del Estado?

Desafortunadamente, él no fue el único hombre así que yo me encontré en espacios radicales, sólo uno de los más inteligentes. Revisando e-mails viejos, estoy impactada por el número de e-mails de hombres con los que yo me organicé que eran abusivos en tono y contenido, la facilidad con la que pueden hablar con menosprecio a otres por pequeños fallos. Estoy más sorprendida de mis respuestas mansas, diplomáticas – como superviviente de abuso – con las que intenté aplacar a compañeros que no veían nada de malo en gritarle a sus parejas, amigues y a otres organizadores. Hubo hombres como este en varias organizaciones en las que trabajé. El hombre que llamó perra a su novia frente a un grupo de jóvenes de color durante un encuentro de verano que estábamos alojando. El hombre que acosó sexualmente a una pareja chicana queer durante un viaje a México, intentando presionarles a hacer un trío. Los chicos que dijeron que completarían una tarea, no lo hicieron, se apartaron de las demandas de responsabilidad de sus compañeras, dejaron que esas mujeres asumiesen la tarea, y cuando estaba terminada se llevaron todo el crédito por el trabajo duro de otras personas. El estudiante de posgrado que golpeó a su compañera, y todo el mundo sabía que lo había hecho, pero cada vez que alguien preguntaba, la gente sólo se veía avergonzada y murmuraba, «es complicado…». Los hombres que constantemente degradaron a compañeres queer, incluso gente con la que se estaban organizando. Especialmente el hombre que pensó que sería un acto revolucionario «matar a todos estos maricones, a estos negratas en el armario[3], ¡que están jodiendo a nuestres niñes, jodiendo nuestras casas, jodiendo nuestro mundo y jodiendo nuestras vidas!». El tío que te gritaría con menosprecio en una asamblea o el que te diría que tú no puedes ser una feminista porque eres demasiado guapa. O el hombre que pensaba que la homosexualidad era una enfermedad desde Europa.

Sí… ese hombre.

Muchos de esos chicos probablemente no eran informantes. Lo cual es una pena, porque significa que no les estaban pagando ni un centavo por todo el trabajo destructivo que hacían. Podríamos pensar en estos misóginos como agentes inadvertidos del Estado. Al margen de si eran realmente informantes o no, el trabajo que hacen apoya la campaña de terror en marcha del Estado contra los movimientos sociales y las personas que los crean. Cuando les organizadores queer son humillades y sus luchas políticas marginadas, eso es parte de un proyecto en marcha del Estado de violencia contra les radicales. Cuando a las mujeres se les transmiten ETS a propósito, son físicamente maltratadas, minusvaloradas en asambleas, empujadas a un lado, y obligadas a salir de espacios de organización radical mientras nuestros aliados defienden a misóginos conocidos, les organizadores colisionan con los esfuerzos del Estado por destruirnos.

El Estado ya ha entendido un hecho que la izquierda ha luchado para aceptar: los misóginos se convierten en grandes informantes. Al margen de si han sido reclutados o no alguna vez por el Estado para interrumpir un movimiento o desestabilizar una organización, antes probablemente se hayan vuelto ya bien versados en prácticas de comportamiento disruptivo. Casi no requieren entrenamiento y pueden empezar el trabajo inmediatamente. ¿Qué es más paralizante para nuestro trabajo que cuando mujeres y/o compañeres queers dejan nuestros movimientos porque repetidamente han sido engañades, humillades, maltratades físicamente, verbalmente, emocionalmente, sexualmente, o cuando tienes que posponer conversaciones sobre el trabajo para que puedas dedicarte a asambleas del grupo para abordar la agresión más reciente de un miembro, o cuando esa persona difunde desinformación, creando confusión y fricción entre grupos radicales? Nada ralentiza tanto la construcción de un movimiento como un misógino.

Lo que el FBI obtiene es que cuando hay personas en espacios activistas que están comprometidas a tomar el poder y que entienden el poder como dominación, nuestros movimientos nunca realizarán su potencial para rehacer este mundo. Si nuestras energías son absorbidas recuperándonos de los líos en los que nos meten los informantes (y las personas que simplemente actúan como ellos), nunca podremos centrarnos en el trabajo real de liberarnos y construir el tipo de comunidades en las que queremos convivir, que afirman la vida y están centradas en la gente.

Para parafrasear a bell hooks[4], donde hay una voluntad de dominar no puede haber justicia, porque inevitablemente continuaremos reproduciendo los mismos tipos de injusticia contra los que afirmamos estar luchando. Es hora de que nuestros movimientos experimenten un cambio radical desde dentro hacia afuera.

Mirando hacia adelante: Creando una justicia de género en nuestros movimientos

Los movimientos radicales no pueden permitirse la destrucción que crea la violencia de género. Si subestimamos las implicaciones políticas de los comportamientos patriarcales en nuestras comunidades, el trabajo no sobrevivirá.

Últimamente he estado recurriendo al trabajo de queers/feministas d color para pensar en cómo desafiar estos comportamientos en nuestros movimientos. He estado leyendo las autobiografías de mujeres que vivieron el caos de los movimientos sociales debilitados por el machismo. Estoy revisitando el trabajo de bell hooks, Roxanne Dunbar-Ortiz, Toni Cade Bambara, Alice Walker, Audre Lorde, Gioconda Belli, Margaret Randall, Elaine Brown, Pearl Cleage, Ntozake Shange y Gloria Anzaldúa para ver cómo otras mujeres trataron con la violencia de género en estos espacios y para problematizar respuestas claras o fáciles sobre cómo la violencia es reproducida en nuestras comunidades. El trabajo más nuevo por parte de feministas radicales de color ha sido también increíblemente útil, especialmente el fanzine «La revolución empieza en casa: Confrontando el abuso de la pareja en comunidades activistas», editado por Ching-in Chen, Dulani y Leah Lakshmi Piepzna-Samarasinha.

Pero hay muchos recursos para confrontar este dilema más allá de los libros. El simple acto de hablar y compartir nuestras verdades es una de las herramientas más poderosas que tenemos. Yo he estado hablando con mis mayores, mujeres de color en lucha más viejas que han experimentado las cosas contra las que yo estoy luchando, e intercambiando historias de supervivencia con otras mujeres. En verano de 2008 empecé a hacer talleres sobre acabar con la misoginia y construyendo formas colectivas de responsabilidad con Cristina Tzintzún, una organizadora de trabajo con base en Austin y autora del ensayo «Killing Misogyny: A Personal Story of Love, Violence, and Strategies for Survival» (Matando a la misoginia: Una historia personal de amor, violencia y estrategias para la supervivencia). También hemos empezado la práctica aun más liberadora de nombrar nuestras experiencias públicamente y llamar a nuestras comunidades a abordar lo que nosotres y otres tantes hemos experimentado.

Desmantelar la misoginia no puede ser un trabajo que sólo hagan las mujeres. Todes debemos hacer el trabajo porque la supervivencia de nuestros movimientos depende de ello. Hasta que hagamos central en nuestra práctica política la ética feminista y queer radical que desafía directamente las formas heteropatriarcales de organización, los movimientos radicales continuarán siendo devastados por las payasadas de Brandon Darby (y de gente que no son informantes pero que actúan como si lo fueran). Una ética de responsabilidad radical, queer, feminista, nos desafiaría a reconocer cómo la violencia de género es reproducida en nuestras comunidades, relaciones y prácticas organizativas. Aunque hay muchas maneras de hacer esto, yo quiero sugerir que hay tres pasos clave que podemos dar para empezar. Primero, debemos apoyar a las mujeres y a las personas queer en nuestros movimientos que han experimentado violencia interpersonal e implicarnos en un proceso colectivo de sanación. Segundo, debemos iniciar un diálogo colectivo sobre cómo queremos que nuestras comunidades se vean y cómo hacerlas seguras para todos. Tercero, debemos desarrollar un modelo para la responsabilidad colectiva que realmente trate lo personal como político y nos ayude a empezar a practicar la justicia en nuestras comunidades. Cuando permitimos que organizadoras mujeres o queer tengan que dejar espacios activistas y protegemos a las personas cuya violencia provocó su salida, estamos diciendo que valoramos más a estos agentes estatales de facto que interrumpen el trabajo más de lo que valoramos a las personas cuyo trabajo construye y sostiene los movimientos.

A pesar de lo furiosa que me pone la violencia de género en la izquierda, tengo esperanzas. Creo que tenemos la capacidad de cambiar y crear más justicia en nuestros movimientos. No tenemos que empezar cazas de brujas para revelar a misóginos e informantes. Se delatan a sí mismos cada vez que se niegan a disculparse, a asumir la responsabilidad por sus acciones, cada vez que empiezan conflictos y se niegan a trabajárselos a través del consenso, cada vez que maltratan a sus compañeres. No tenemos que buscarlos, pero cuando nos presentan sus comportamientos destructivos tenemos que hacerles responsables. Nuestras estrategias no tienen que ser punitivas; la gente tiene derecho a equivocarse. Pero deberíamos esperar que la gente asuma sus acciones y no permita que se conviertan en un patrón.

Tenemos derecho a estar furioses cuando las comunidades que construimos y que se supone que son el modelo para un mundo mejor y más justo albergan los mismos tipos de violencia racista, misógina, anti-queer que impregnan la sociedad. Como organizadores radicales debemos responsabilizarnos mutuamente y no permitir que los misóginos afirmen tanto poder en esos espacios. No permitirles ser los rostros, las voces y los líderes de estos movimientos. No permitirles violar a una compañera y luego estar en las jodidas noticias de las cinco de la tarde. En el caso de Brandon Darby, incluso si nadie hubiese sospechado que era un informante, su comportamiento dominante y de macho debería haber sido todo lo necesario para poner su liderazgo en cuestión. Al no permitir a la misoginia arraigar en nuestras comunidades y movimientos no sólo nos protegemos a nosotres mismes de los esfuerzos del Estado por destruir nuestro trabajo sino que también creamos movimientos más fuertes que no pueden ser destruidos desde dentro.


1. 

Nota del traductor: El título del libro es un juego de palabras entre la frase «Looking for Common Ground», que se puede traducir como «Buscando un Terreno Común», y el nombre de la organización Common Ground, una de las organizaciones activistas donde el misógino e informante policial Brandon Darby actuó.

2. 

Nota del traductor: En realidad, la locución en el texto original es «talk down to», que no tiene traducción literal en castellano pero que en inglés significa hablar a alguien de una forma excesivamente simple, infantilizándole, tratándole con condescendencia y presuponiendo que esa persona no puede entender las cosas tan bien como quien habla. Por eso, he decidido traducirlo como «hablar con menosprecio», que si bien no es exactamente lo mismo, creo que se ajusta bastante al significado de la expresión original.

3. 

Nota del traductor: Nuevamente, la traducción no se corresponde exactamente con la locución original. En el texto original en inglés, dice «these niggas on the down low». Aun siendo consciente de que no tiene las mismas connotaciones la palabra «nigga» (traducible por «negrata») si la usa una persona negra que si la usa una persona blanca, he decidido tratar de ser lo más fiel posible al texto original. Asímismo, la expresión «on the down low» no existe en castellano, pero en el inglés coloquial estadounidense hace referencia a una forma despectiva de referirse a hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres en secreto, escondiéndose, porque se avergüenzan o porque temen sufrir algún tipo de desprecio o represalia por parte de otras personas si hiciesen pública su sexualidad no hetero. Por eso, aun siendo consciente de que no significa lo mismo, he decidido usar la expresión «en el armario» ya que no he encontrado otra que pudiese encajar. Pido disculpas de antemano por una traducción tal vez inapropiada. Esta nota al pié, en cualquier caso, pretende aclarar este hecho.

4. 

Nota del traductor: Escrito en minúsculas, bell hooks (literalmente traducible por «ganchos de la campana») es el sobrenombre con el que se conoce a Gloria Jean Watkins, mujer de color y activista y escritora feminista prolífica que ha publicado numerosos libros y artículos y ha participado en documentales, seminarios y conferencias, siendo su principal campo de trabajo e investigación la crítica de los sistemas de dominación y opresión, centrándose sobre todo en la intersección entre la opresión de género y la opresión racial o de clase.